Localización del Area Parahipocampal de Lugar (Russell Epsteinet al.)
Conocer la naturaleza de las alucinaciones es una de las asignaturas pendientes de la neurociencia. De cuando en cuando, el estudio con pacientes epilépticos arroja alguna pista sobre el papel que pueden tener determinadas áreas del cerebro en estas recreaciones y qué neuronas están implicadas. El último caso se acaba de publicar en la revista The Journal of Neuroscience, un trabajo en el que los investigadores documentan lo ocurrido a un paciente de 22 años al que la simple estimulación de un área muy concreta del cerebro le hace trasladarse a los escenarios de su vida cotidiana.
Los autores del trabajo relatan el caso de un joven al que iban a operar de un foco epiléptico aparecido cuando tenía 10 años a partir de una inflamación cerebral provocada por el virus del Nilo occidental. El sujeto experimentaba una serie de ataques precedidos siempre por una intensa sensación de déjà vu (de haber vivido antes la experiencia que está contemplando), pero nunca había tenido alucinaciones.
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Electrodos subdurales vistos en rayos X (Universidad de Arrizona)
Nuestro conocimiento del cerebro, como el del resto de la anatomía humana, lo hemos adquirido de forma un poco accidentada. Los primeros datos se obtuvieron hace un par de milenios a las bravas, cuando Herófilo de Calcedonia (335 a. C. – 280 a. C.) describió por primera vez las venas del cerebro gracias a las vivisecciones que practicaba a criminales y esclavos condenados a muerte. Para que se entienda mejor: les abría la cabeza en vivo y veía lo que había dentro.
Como el método de Herófilo resultó un poco gore incluso para sus coetáneos, los conocimientos sobre el encéfalo fueron avanzando a trompicones hasta el siglo XIX. Aunque ahora nos parezca un poco tosco, muchos de los principales hallazgos se hicieron por descarte, es decir, si alguien se clavaba una barra de hierro en el lóbulo frontal y cambiaba de personalidad, se describía cierta función de ese área, o si determinados pacientes perdían la facultad del habla, se hacía un estudio post-mortem para localizar la zona que todos tenían lesionada.
Las formas tampoco mejoraron mucho con la llegada del siglo XX, y el método de ensayo-error seguía siendo la norma. Al cirujano António Egas Moniz le dieron un premio Nobel por inventar la lobotomía, método que consistía en lesionar el lóbulo frontal de los pacientes psiquiátricos y que tuvo su máxima expresión cuando el médico Walter Freeman recorrió EEUU lesionando con un punzón de picar hielo el cerebro de todo el que encontraba a su paso.
Áreas estimuladas al paciente del estudio (Mégevand P et al., Journal of Neuroscience )
Los escáneres cerebrales previos a la intervención mostraron una zona de su cerebro aparentemente encogida, cerca del hipocampo, el núcleo cerebral clave en la fijación de recuerdos. El daño en el cerebro del paciente que provocaba los ataques parecía estar, en principio, en una zona conocida como Área Parahipocampal de Lugar (PPA), fuertemente implicada en el reconocimiento de escenas y lugares. Cuando los médicos le enseñaban la fotografía de una casa, por ejemplo, el PPA del paciente se iluminaba en las imágenes de resonancia magnética funcional, indicando un aumento de la actividad (las zonas amarilla indican una mayor actividad que las rojas).
Para localizar con exactitud el área que desataba los ataques, los médicos llevaron a cabo el procedimiento habitual. Colocaron una manta de electrodos sobre el cerebro del paciente y estimularon eléctricamente la zona para comprobar si desataba un ataque epiléptico. Lo curioso de este caso es que, en lugar de desatar un déjà vu como sucedía en condiciones normales, el paciente comenzaba a experimentar una alucinación en la que todo lo que le rodeaba se convertía en algo relacionado con su vida diaria. En uno de las ocasiones, por ejemplo, los médicos se convirtieron- para él – en los italianos que atienden una pizzería cerca de su casa. Tocando otro grupo de neuronas cercanas, el paciente se trasladaba de repente a la estación en la que coge el metro habitualmente.
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Chloe Jennings-White tiene 58 años y quiere perder las piernas. Desde hace años trata de encontrar una manera de lesionarse y ahora busca un cirujano que le ayude a realizar su sueño, quedarse sin movilidad en las extremidades inferiores. Su deseo de ser paralítica llega al extremo de que se desplaza en una silla de ruedas y vive como si estuviera impedida. De pequeña, explica esta ciudadana de Utah (EEUU), sentía celos de los niños minusválidos y de una tía que necesitó una prótesis tras sufrir un accidente de bicicleta.
El problema de Chloe está en su cerebro. Sufre lo que se conoce como un “Trastorno de Identidad de la Integridad Corporal“, conocido a veces como apotemnofilia y otras por sus siglas en inglés BIID (Body Integrity Identity Disorder). Su caso, que saltó hace unos días a la fama, es una de las expresiones de este trastorno, aunque la mayoría de los afectados no quieren perder la movilidad, sino que buscan directamente que se les amputen ese miembro que su cerebro rechaza como extraño.
Con estos resultados, los científicos consideran ahora que esta zona del cerebro podría tener un papel importante no solo en el reconocimiento de lugares, sino en su visualización, de modo que una alteración en estos grupos de neuronas puede causar que el sujeto crea estar ante personas y lugares que en realidad solo está recreando su mente.
Referencia: Seeing Scenes: Topographic Visual Hallucinations Evoked by Direct Electrical Stimulation of the Parahippocampal Place Area (The Journal of Neuroscience)